viernes, 19 de diciembre de 2008

Yo, Papá Noel


El muchacho caminaba en mitad de la noche, procurando no perder de vista el sendero; el viento, la lluvia y los grillos era lo único que se escuchaba en medio de la penumbra.

Mertag era un joven granjero alto, rubio y bastante apuesto, mandíbula pequeña, rasgos finos y nariz chata.

Cuando llegó a casa, se quitó las empapadas ropas, las dejó tiradas por el suelo y se fue a la cama. Le costó conciliar el sueño, y cuando al fin se estaba durmiendo, escuchó algo que nunca antes había escuchado, algo muy difícil, puesto que la casa de Mertag estaba a la afueras de Kaiuham, una pequeña aldea situada en un valle, y al lado del bosque, de donde provenían la mayoría de los sonidos del valle.

Mertag bufó y se asomó a la ventana de su lóbrega habitación para ver que era lo que armaba semejante escándalo. Entonces vio algo que todos los niños desearían haber visto, ¡el trineo de Papá Noel!

Mertag fue corriendo hasta la puerta y, cuando salió, efectivamente, allí estaba; un enorme trineo, tan grande como un coche, de un tosco color marrón pero adornado con rubíes, amatistas y otras piedras preciosas; y en él, rojo, grande y gordo estaba Papá Noel.

Mertag se acercó con cautela y repentinamente una voz gutural dijo:

-¡Ho, ho, ho! Hola, Joven amigo, ¿Puedes ayudar al viejo y gordo Papá Noel?

-Por supuesto, señor-dijo Mertag con un deje de asombro.

-Estoy muy viejo para seguir- dijo Papá Noel, mientras Mertag le ayudaba a bajar del trineo. El muchacho se dio cuenta de que sangraba abundantemente en una pierna.

-¿Qué la ha pasado, señor?

-¡Ho, ho, ho! Eso me incapacita seguir trabajando esta noche, Joven amigo. Me lo hice mientras intentaba entrar en una chimenea, pero le habían puesto una verja, y me corté con ella, ¡ho, ho, ho!

Joven amigo, ¿te importaría acabar hoy el trabajo de Papá Noel?

-Yo…, lo intentaré.

-¡Ho, ho, ho!, en ese caso,-se quitó su enorme traje- toma esto. Para entrar por las chimeneas di "bimbambarabarabumbambá", y... ¡ah!, estos son mis renos; a la cabeza Harold, seguidamente Rod, Tod, Dick, Stick, Tinki y Winky, y para conducir mi trineo… dale las órdenes a Harold.

En el instante en que Mertag acabó de ponerse las vestimentas, una enorme barba blanca y una gigantesca barriga surgieron de su cuerpo. Mertag subió al trineo y despegó hacia el oscuro cielo de invierno.

Cogió la inmensa lista de niños buenos de Papá Noel y vio que el anciano ya había hecho unas dos mil quinientas millones de entregas y que quedaban unas quinientas mil millones.

Mertag mandó a Harold que fuera a Cires,una de las mayores ciudades de Dûrmrigst, el país de Mertag.

Aterrizó en el tejado, se acercó a la chimenea, y dijo las palabras mágicas. En un abrir y cerrar de ojos sintió una fuerte presión procedente de todas las direcciones, no podía respirar, y de repente sintió como si lo sacaran de su cuerpo, aunque los globos oculares seguían empujando hacia el interior de sus respectivas cuencas y los tímpanos se hundían más y más en el cráneo, y entonces… tocó suelo.

Dejó los regalos junto al árbol y se comió la merienda, un vaso de leche con galletas.

Uno por uno continuó repartiendo regalos, hasta la salida del alba, cuando volvió a su casa donde Papá Noel esperaba impaciente.

-¿Conseguiste tu cometido, Joven amigo?

-Sí, señor.

-Gracias Mertag, aquí tienes tu regalo.

Fin